Blancos

Existe una foto, en b/n, que muestra a Jackson Pollock, de pie y oscuro a la izquierda de la imagen, delante de una gran tela. Aunque está de pie y mirando a la cámara (foto de Bernard Schardt) parece que se inclina inconscientemente hacia la tela, la gran tela que tiene delante y en blanco todavía. Una tela enorme de unos dos metros y medio de alto por más de seis metros de largo. Estaba a punto de empezar la obra, que se titula en todos los libros y enciclopedias: Mural, realizada entre finales de 1943 y principios del 44. Se dice, se escribe, que lo pintó en una noche y parte del día siguiente. Sea como fuere, desde entonces un pintor de provincias desconocido, que se había ido a Nueva York para buscar el éxito, lo encontró casi de la noche a la mañana y nunca mejor dicho. En aquel apartamento, de Peggy Guggenheim en la Calle Octava, 46 Este de Nueva York, iba a cambiar buena parte de su vida y de algún modo del arte de aquella mitad del siglo XX, como mínimo. Mientras medio mundo combatía con el otro medio en la segunda guerra mundial (con minúsculas: Ninguna guerra se merece una mayúscula...), Pollock combatía en su soledad, con los pinceles y los colores luchando en un trozo (grande) de tela y pared, como seguiría durante unos años más hasta su casi suicidio, aunque el alcohol ya lo iría matando mucho antes.

Recordaba esta foto por todos los momentos previos, incluso largos minutos y horas, que sufro antes de adentrame a pincelar, a crear de la nada, en el maldito lienzo o papel blanco... Después, largo o corto después, sentir el placer extraño y anormal que da el observar, al fin, a la obra terminada (si es que algún dia puede decidirse como terminada una obra...)

No puede esconderse la amargura, desasosiego, cuando no miedo real, que se siente al decidirse a crear, por muchos apuntes o trabajos previos que se diseñen antes. No son dudas, es miedo, el que también sintió Pollock aquella noche y seguramente en todas las noches y dias, hasta su fin. Si es que existió (existe) fin.

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